martes, 27 de octubre de 2009

Edgar y yo

Conocí a Edgar de niña.

Mi papá fué quien me lo presentó. El insistía en inculcarme el hábito de la lectura y por eso no paraba de contarme historias escondidas en libros que para yo poder saber cómo terminaban debía leer. Encontré un mundo diferente donde me emocionaba y vivía aventuras junto al protagonista. Fueron estas andanzas las que me llevaron a Edgar Allan Poe.

En noches de reuniones de amigas o pijamadas en mi época escolar se contaban historias y porsupuesto también les contaba las que encontraba en los cuentos de Edgar, en las que fantasmas rondaban viejas casonas y torturaban a sus habitantes, o algún brujo que disfrazado de pájaro volaba por las noches avisando alguna muerte. Nuestra realidad racional se veía enfrentada al “¿y que tal si pasara?”. En esos momentos vivíamos el realismo mágico de saber o creer que sabíamos que nada de eso nos ocurriría, pero que de todas formas nos erizaba la piel de escucharlas y sentir ruidos fuera de la habitación. La pensábamos más de una vez en ir sola al baño o a la cocina a por un vaso de agua, y creo que esto ocurre porque a todos nos llama la atención lo que no podemos entender.

Es de este gusto del que se apoderó el escritor Edgar Allan Poe, y lo esculpió de manera tal que reunió los pavores y emociones más fuertes en escritos que son considerados el día de hoy como joyas literarias.

Su creatividad le permitía ver mundos diferentes e iguales al nuestro, donde no hace falta de más de una gota de locura para convertir un tranquilo lugar en un laberinto de pesadilla donde la última salida por desgracia es tan o peor que el sufrimiento por llegar allí. A modo de ejemplo les cito el siguiente párrafo: “Como había imaginado, resulta que el barco está en una corriente, si es apropiado darle ese nombre a una marea que, bramando y aullando por entre el blanco hielo, corre hacia el sur con la velocidad de una catarata que se precipita al abismo” (extraído del cuento “manuscrito hallado en una botella”, de Edgar Allan Poe).

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